domingo, 21 de mayo de 2017

Toxo.


O toxo e pró monte as rosas pró adro”, frase de mi niñez que estos días vuelve a mi memoria con los aromas de la primavera.

El tojo, del que me contaban que en tiempos más antiguos se sembraba en el monte, en mi infancia ya se había comenzado a adaptar a nuestros montes y se resembraba solo, pero todavía era un bien muy preciado.


Entre todas las casas de la parroquia se sorteaban los “quiñóns”, sorteo que se aceptaba y respetaba escrupulosamente.

Solo era de recogida libre el tojo al que llamaban “arnal”, una variedad de espinas más grandes, que servía para encender el horno de piedra y también algunas veces para dárselo a comer a los caballos, creo que casi como una golosina para ellos.

Hoy el tojo (Ulex europaeus) se ha convertido el señor absoluto de nuestro monte: cuando está en flor parece un hermoso jardín, pero acércate y te prohibirá el paso. Solo podrás pasar si encuentras alguna trocha de las que aún usan los pocos animales que hay sueltos, vacas y algún caballo.


Hoy subiremos con las niñas buscando “pedras do trono”, piedras de cuarzo cristalizado, bellamente facetadas. Golpeándolas entre ellas producen pequeños chispazos y un olor muy especial… que a todos los niños de mi tiempo nos asombraba ya que nos decían que eran piedras que tenían “a forza do trono”. Mis nietas viven en una ciudad pero tienen la gran suerte de tener muy frecuente contacto con la vida de la aldea. Aunque la agricultura y el modo de vivir tradicional hayan cambiado mucho, algo resta para despertar en los niños la curiosidad y el respeto por los tiempos pasados.


Las primeras rosas de mi infancia de las que me enamoré para siempre fueron estas:


Se trata de una rosa Galica, eran las rosas que rodeaban nuestro panteón en el cementerio. Mi abuela las cuidaba porque con ellas honraba la memoria de sus amados “difuntiños”, palabra que me evocaba siempre a Dios y a un Paraíso que, cuando llegué a la escuela, pude ver representado en algún libro... ¡y que era como si un artista hubiera copiado lo que mi imaginación infantil había visitado ya muchas veces!

Tengo muchos años, pero nunca a lo largo de mi vida he perdido la certeza de que los niños pueden tener intuiciones que solo los conocimientos de algunos elegidos pueden captar.


Hoy conservo en el jardín varias matas de esos rosales; no piden cuidados y su floración es fugaz, hermosa y perfumadísima. Sus pétalos resultan ideales para mis popurris de flores secas y especias.


Esta primavera - como casi todas - está siendo inestable, el jardín nos proporciona dos o tres días de absoluta belleza y enseguida llega un fuerte chubasco acompañado de duro viento, y casi todas las rosas bajan la cabeza. La maravillosa mata del rosal Ispahan, que hace pocos días resplandecía con el brillo de sus flores, hoy me parecía que lloraba arrodillada, tenemos que intentar levantarla, alguien tendrá que ayudarme. Es un trabajo delicado y pinchoso...

Si vienen algunos días sin demasiada lluvia y buenas temperaturas el jardín recuperará su esplendor.

Un afectuoso saludo desde Galicia.