Agosto fue para mí durante muchos años un mes de grandes esfuerzos. La escasez de agua de mi pozo me obligaba acarrearla a cubos desde un regato cercano a la casa - locuras de juventud.
Afirmaba la gente de la aldea que el rocío de la noche llegaba para que las plantas bebiesen - y seguramente así era para las plantas autóctonas, pero yo temía que los jóvenes rosales se marchitasen.
Pero no es ésta la única razón de mi poca simpatía por este mes.
No me gusta su luz cruda y dura que marca todos los contornos del paisaje. En el nuestro predominan las grandes rocas de granito de tonos acerados - dueñas de nuestras serranías - y aumenta su belleza la suavidad de los tonos algo apagados que produce el sol cuando pasa más bajo en el horizonte; luces suaves y apaciguadoras.
Las altas temperaturas de agosto, según decían los mayores de la aldea, atraían a las tormentas, y las tormentas secas – cuando no iban acompañadas por lluvia - provocaban incendios en los montes.
No recuerdo que los incendios fueran asustadores, ya que en aquella época los montes estaban cuidados, pero sí causaban disgustos.
Eso ocurrió cuando mi amigo Samuel no pudo salvar el viejo buxo (boj) de las Cascadiñas, que le proporcionaba las ramas de suficiente grosor para hacer algunos “utillajes”. Recuerdo esa palabra, que me resultaba extraña, pues yo apenas tendría 5 o 6 años y hablaba solo en gallego.
Este agosto no fue más descansado que el de tiempos pasados, y no por falta de agua, ahora tenemos un pozo artesiano suficiente para nuestras necesidades, pero era como si el agua encontrará vías de escape y no tuviera la posibilidad de empapar la tierra.
Supongo que la causa es que todos los bancales de los rosales están minados por los roedores, que no atacan a las raíces, pero sus caminos no son beneficiosos para las plantas, por ellos el agua discurre con facilidad y escapa hacia otras zonas.
Tuvimos una primera floración muy hermosa, pero luego con los duros golpes de calor casi todas las plantas sufrieron deshidratación. No solo las hojas se secan, también las jóvenes ramas se deshidratan, y al tener que retirarlas algunos rosales como Cornelia de Pemberton y muchos de David Austin llegaron a septiembre con el aspecto que suelen tener en febrero, o casi.
No quisiera dar la sensación que estoy cansada del jardín. Al contrario, parece que es como un reto.
El otoño llegará con el aire fresco, nubes bajas, nieblas y lluvia. Y trabajaremos con entusiasmo limpiando y retirando en la medida de lo posible las hojas caídas para quemarlas y así intentar aminorar la proliferación de los hongos.
Intento programar los trabajos para poder realizarlos sin agotarme, ya que los años me limitan un poco. Trabajar de sol a sol y a buen ritmo ya no me es posible, aunque con buen ánimo le daré la razón al dicho italiano: “Piano, piano, si va lontano.”
Y siempre con un sentimiento de gratitud por tantos momentos felices que me regaló este espacio de tierra, que tantas generaciones cuidaron y amaron, estoy segura de que con esfuerzo, sacrificio y alegría.
Os dejo algunas fotos de las floraciones de julio y de los primeros días de agosto, y algunas más de estos últimos días, menos brillantes y menos lozanas.