lunes, 9 de noviembre de 2015

Para hacer un jardín solo se necesita un trozo de tierra y la eternidad.



En mis primeros años de afición a la jardinería adquiría todas las semillas que podía encontrar en la feria del pueblo: zinnias, cosmos, amapolas de California, tagetes, capuchinas, ipomeas... y poco más. Eran suficientes para disfrutar durante el verano con su variado colorido de lo que yo pomposamente llamaba “el jardín”, un pequeño espacio al que dedicaba muchas horas acarreando agua desde un pequeño regato cercano. Durante el estío el nivel del agua de nuestro pozo - excavado en roca hasta los catorce metros de profundidad - bajaba de los tres metros a los once, así que solo abastecía a la casa, y eso con dificultad.


 En Vigo trabajaba muy bien en esa época una tienda de plantas de nombre Philippot, pero desplazarse hasta allí no era fácil. Nos separaban 50 kilómetros de una carretera llena de baches y tachuelas caídas de las “zocas”, el calzado más usado por aquel entonces en el campo. Estas eran las responsables casi siempre de los pinchazos de las ruedas; recuerdo alguna vez salir de casa después de comer y llegar con las tiendas cerrando. Pinchar dos, tres - o más veces - era normal, y eso suponía llevar en el coche un pequeño taller, además de tener alguna habilidad y mucho temple.

Creo recordar que en Philippot compré mi primer híbrido de té, Virgo, que dicen que es una de las rosas blancas más hermosas. Era como traer un tesoro a casa.


Luego llegaba el otoño y con él el desánimo. Todo me parecía desangelado.

El mes de noviembre no me gustaba, me deprimía y desanimaba. Solo las margaritas alegraban el jardín.

Han pasado los años y ahora no siento lo mismo, el jardín ha sido mi maestro: él me ayudó a cultivar la paciencia, a perseverar y superar obstáculos y - lo que más le agradezco - a recrearme en mis sueños y disfrutar con el esfuerzo necesario para alcanzarlos. Los que no sean jardineros pueden pensar que no es gran cosa, pero para mí es mucho. La paciencia es una de las características más necesarias en la jardinería, como dijo alguien: “para hacer un jardín solo se necesita un trozo de tierra y la eternidad”.




Hoy, un día neblinoso y de fría lluvia, di un paseo disfrutando del espléndido colorido de los árboles, del perfume de la hierba mojada. Como aún tenemos algún rosal con rosas, con sus viejos nombres y su fuerte perfume, es una delicia aspirar el aire fresco de la tarde.

Bienvenido noviembre.