viernes, 29 de enero de 2016

Florecen los junquillos.




Siempre me gustó el mes de enero, sus días y sus noches de luna. Por algo dice el refrán gallego: “O luar de xaneiro non precisa compañeiro”.

Estas noches en la alta madrugada podemos disfrutar de la luz de luna y del brillo de varios planetas.



Y al llegar el día florecen los junquillos. Es el aviso de que en el jardín ya se pueden empezar los trabajos necesarios para que la primavera pueda resplandecer plenamente.

Pero yo ya no intervengo como en años anteriores. Aunque intente tener el ánimo alto, las alergias, el herpes y algunos otros achaques propios del invierno - y de los años también - interfieren de una forma antipática en mis proyectos.

No debo quejarme pues, aunque ha costado un pequeño esfuerzo, ya tengo un esquema bien claro de los primeros trabajos, especialmente la poda de algunos arbustos. En los próximos días sin lluvias fuertes empezaremos.

Podamos los arbustos para equilibrar su forma, y en algunos casos de crecimiento excesivo intervenimos recortando en altura, por ejemplo con las buddleias - también conocidas con el nombre de “arbusto de las mariposas”, por la forma en que las atrae - las weigelias y algunos evónimos. Al .recortarlos aprovechamos las ramas para conseguir esquejes enraizados: simplemente entierro algunas de las ramas podadas en tierra muy húmeda, la que bordea un pequeño hilo de agua corriente, y aunque no todos enraícen siempre se consigue algún hermoso ejemplar.


Pero mi gran preocupación son siempre las rosas.

Quizá en alguna fotografía podáis observar que algunos rosales todavía tienen flores y hojas, se agradece poder cortar alguna rosa para alegrar el pasillo de entrada de la casa, que en invierno, con sus paredes de grueso granito, puede transmitir una sensación desapacible.


El jardín, que está empapado de agua - no en vano estamos situados en uno de los puntos de más alta pluviosidad de Galicia - por el raro contraste de las pálidas rosas parece más frío e invernal. Por lo menos es esa mi percepción.

En estos días de enero en que ya la luz parece más viva y los contornos de todo lo plantado en el jardín se perciben con gran nitidez es un gran placer parar y poder estudiar la forma de los rosales. Son elegantes, airosos en sus formas, que pueden ser rígidas o más sinuosas, y si nos detenemos un rato casi tendremos una imagen clara del movimiento de las yemas, me pasa con los rosales y con los helechos. No faltan muchos días para que empiece ese baile, silencioso y movido.



“La primavera es poderosa e independiente”, así opinaba Vita Sackville-West, la gran enamorada de los jardines, no permitiendo a sus jardineros usar las tijeras de podar en los rosales… los quería libres. Aunque en su ausencia, según se cuenta, se atrevían a retirar al menos las ramas dañadas.



La pasada primavera podamos bastante menos que en los años anteriores. No hemos usado productos químicos, apenas un rociado de sulfato de cobre después de retirar las ramas enfermas, muy débiles o demasiado entrecruzadas para evitar roces. También rebajamos alguna rama demasiado alta y poco más.

¿Resultado? …pues no lo tengo muy claro. Algún rosal de los más débiles tuvo que ser retirado.

Estamos estudiando los rosales ingleses, y me parece que los vamos a recortar unos centímetros. No tocaremos los de floración única, con la excepción de alguna rama que moleste al pasar.


A los rosales de Kordes y los de Barni, que son, de una manera general, fuertes y resistentes, tendremos que controlarles su desarrollo en altura, algunos pasan de los dos metros y el viento fuerte del nordeste los rompe con facilidad.

Los espacios que ocupaban los rosales retirados se pueden rellenar con plantas vivaces. Tenía mucha razón el desaparecido André Eve: son magníficas compañeras de las rosas.

La pasada primavera me regalaron algunas plantas adquiridas en Inglaterra, creo que aún se están aclimatando, espero que este año florezcan con más entusiasmo.


Ayer mis hijos me invitaron a comer. Parecía un día de primavera por la temperatura y la luz, nos reunimos en Sanxenxo y, como sabía que irían mis nietas, les llevé una rama del viejo naranjo de mi bisabuelo, cargada de fruta, y pude decirles: “Este naranjo cumple ahora… ¡¡¡168 años!!!”

Sin embargo hace quizás 30 años, ya casi no fructificaba y sufría mucho con las heladas tardías. Comentándolo con un vecino, hombre de gran saber agrícola - aunque jamás había asistido a una escuela - me dio un consejo que seguí religiosamente: recortar el grueso tronco dejándolo sólo con un metro de altura, a continuación plantar en su lado sur un "ciprés", en su lenguaje todas las coníferas eran cipreses. Seguí el consejo, planté un Cupressus aurea....... ¡Y ahí está el naranjo hoy, dando fruta!


 Cuando lo recortamos tan drásticamente era un árbol con una altura de más de 6 metros. Tardó en rebrotar, le crecieron las ramas lentamente y demoró años en fructificar. Hoy es un hermoso pequeño naranjo con unas ramas curvadas por el peso de la fruta, naranjas no demasiado grandes, pero sí dulces y muy jugosas.

Os deseo un enero y febrero con muchos proyectos y todos los trabajos que podáis llevar a cabo con salud y alegría.