viernes, 11 de diciembre de 2015

Compañero del alma, compañero…

 

Diciembre, la primavera aún tardará en llegar. Si trabajamos con método e ilusión quizá nos sorprenda con nuevas y agradables armonías.

Quiero agrupar los iris germánicos, para que su hermoso color azul no se pierda en el verdor del entorno.

El año pasado planté las Heucheras en una zona soleada. Son verdaderamente unas plantas bellísimas plantadas a media sombra, pero al sol no resisten el calor de agosto, se resecan y sus hermosas hojas recuerdan a un viejo papel de estraza. Toda su belleza desapareció, así que las recuperaré llevándolas a la zona de sombra.

Las que planté en la zona menos soleada eran un marco brillante y perfecto para los rosales. Tenían por vecinas algunas anémonas de floración estival color púrpura. ¡¡¡Puntué el conjunto con un 10 !!!


Mañana - si no llueve demasiado - esparciremos la caliza magnesiana. Yo utilizo la de la marca Calfensa, 200 gramos por metro cuadrado, que a nuestra tierra tan lavada por la lluvia, dicen los expertos - y en mi larga experiencia lo he podido comprobar - beneficia la floración.

El súperfosfato de potasio, que todos los años adquiríamos en primavera para mezclar con la tierra, 30 gramos por planta, este año no lo hemos conseguido encontrar en nuestra zona. Estoy intentando informarme de si las Sales Epson pueden tener el mismo efecto beneficioso.

El jardín ahora está un poco menos cuidado, aun así me parece casi siempre un lugar de gran belleza. Todas las mañanas al abrir la puerta de mi balcón repito como un mantra: “Compañero del alma, compañero…”



lunes, 9 de noviembre de 2015

Para hacer un jardín solo se necesita un trozo de tierra y la eternidad.



En mis primeros años de afición a la jardinería adquiría todas las semillas que podía encontrar en la feria del pueblo: zinnias, cosmos, amapolas de California, tagetes, capuchinas, ipomeas... y poco más. Eran suficientes para disfrutar durante el verano con su variado colorido de lo que yo pomposamente llamaba “el jardín”, un pequeño espacio al que dedicaba muchas horas acarreando agua desde un pequeño regato cercano. Durante el estío el nivel del agua de nuestro pozo - excavado en roca hasta los catorce metros de profundidad - bajaba de los tres metros a los once, así que solo abastecía a la casa, y eso con dificultad.


 En Vigo trabajaba muy bien en esa época una tienda de plantas de nombre Philippot, pero desplazarse hasta allí no era fácil. Nos separaban 50 kilómetros de una carretera llena de baches y tachuelas caídas de las “zocas”, el calzado más usado por aquel entonces en el campo. Estas eran las responsables casi siempre de los pinchazos de las ruedas; recuerdo alguna vez salir de casa después de comer y llegar con las tiendas cerrando. Pinchar dos, tres - o más veces - era normal, y eso suponía llevar en el coche un pequeño taller, además de tener alguna habilidad y mucho temple.

Creo recordar que en Philippot compré mi primer híbrido de té, Virgo, que dicen que es una de las rosas blancas más hermosas. Era como traer un tesoro a casa.


Luego llegaba el otoño y con él el desánimo. Todo me parecía desangelado.

El mes de noviembre no me gustaba, me deprimía y desanimaba. Solo las margaritas alegraban el jardín.

Han pasado los años y ahora no siento lo mismo, el jardín ha sido mi maestro: él me ayudó a cultivar la paciencia, a perseverar y superar obstáculos y - lo que más le agradezco - a recrearme en mis sueños y disfrutar con el esfuerzo necesario para alcanzarlos. Los que no sean jardineros pueden pensar que no es gran cosa, pero para mí es mucho. La paciencia es una de las características más necesarias en la jardinería, como dijo alguien: “para hacer un jardín solo se necesita un trozo de tierra y la eternidad”.




Hoy, un día neblinoso y de fría lluvia, di un paseo disfrutando del espléndido colorido de los árboles, del perfume de la hierba mojada. Como aún tenemos algún rosal con rosas, con sus viejos nombres y su fuerte perfume, es una delicia aspirar el aire fresco de la tarde.

Bienvenido noviembre.






domingo, 18 de octubre de 2015

Reflexiones sobre la belleza y el daño.


En mi casa hay algo de tristeza porque creen que ya no volveremos a disfrutar de las hermosas y tupidas mezclas de vivaces, rosales y bulbosas que aportaban una belleza indiscutible al jardín.


 Esas mezclas son espectaculares - no hay duda - pero las vivaces crecen y se multiplican con fuerza mientras que los rosales sufren y dan la sensación que se van encogiendo. Este año la floración fue pobre, sus hojas amarillentas y con manchas negras empezaron a caer a medio verano y sus ramas - más delgadas de lo normal - se doblaban aunque no tuvieran demasiadas flores.

En mi opinión la causa del empobrecimiento de los rosales fue que, tras haber abandonado los tratamientos químicos antifúngicos por nuestros problemas de salud, los hongos atacan ahora con más intensidad a los rosales rodeados de vivaces ya que estas, con su vigoroso crecimiento, dificultan la circulación del aire manteniendo las matas más húmedas, disminuyen la llegada de luz a la planta y además complican las labores de limpieza del suelo.


Los rosales de los tres bancales cercanos a la casa llevan plantados diez años. Antes los fumigábamos cada dos semanas, desde mediados de marzo hasta finales de septiembre, con muy buenos resultados. Tras abandonar los productos químicos recurrimos en 2014 a los rociados con vinagre de manzana, que apenas funcionaron. Este año probamos el aceite de Nem y el efecto tampoco fue el deseado.

Así pues me vi obligada a tomar algunas decisiones, en un principio "desagradables".




 En primer lugar retiramos, con el máximo cuidado posible, todas las vivaces y la gran clemátide que estaban - al menos aparentemente - ahogando el hermoso grupo formado por Felicia, Cornelia y Buff Beauty.

Empezamos el trabajo levantando los plantones de la salvia con su pan de tierra. Tras pensarlo mucho decidí dividirlos y plantarlos en tiestos. Así en el momento que convenga podré utilizarlos enterrando los propios tiestos con la planta dentro, de modo que se pueda controlar su desarrollo, que en tierra libre puede ser avasallador para los rosales cercanos.

Los Phlox también los repondremos de este modo, plantados dentro de grandes tiestos bien abonados y luego enterrados. Creo que puede ser una buena solución.


Por otro lado era necesario controlar el desarrollo de la gran clemátide. En este caso no es viable plantarla dentro de un tiesto, así que hay que recurrir a la poda. Intentaré guiarla alrededor de las ramas bajas de los tres rosales, sin dejar que los ahogue.

También dividimos el Cerastum, esperando que en la primavera se mezcle con los Miosotis. Siempre es una fiesta para los ojos la combinación del color plateado del Cerastum con sus flores blancas y el azul lavanda de las pequeñísimas florecillas del Miosotis. 


Y para terminar retiré las viejísimas lavandas que - quizá por podas incorrectas - se habían vuelto muy leñosas, con un aspecto poco agradable y ocupando demasiado espacio, impidiendo además una buena circulación del aire en el bancal. En su lugar repusimos plantas jóvenes de lavanda ya que su proximidad es muy beneficiosa para los rosales al impedir la proliferación de los pulgones.

Tras estos trabajos es posible retirar con facilidad todas las hojas caídas, remover la tierra, e incluso reponer aquella que el agua del riego va arrastrando por los agujeros abiertos por los roedores, que este año fueron una plaga.

Además le aportamos sobre tres kilos de compost por metro cuadrado y un último rociado de aceite de Nem.





En estas fotos tenemos el aspecto del bancal con las pequeñas lavandas recién plantadas.

Voy observando el resultado y quiero creer que la situación está mejorando… ya van apareciendo algunos brotes sanos y el aspecto general es de mayor vitalidad. Solo Alfred de Dalmas continua algo alicaído.


Mientras trabajábamos pude observar mejor algo muy curioso en una planta que llevaba siguiendo desde tiempo atrás. Se trata de una salvia que estaba situada en tierra muy pobre, casi sobre piedras. De su rama más alta, a una altura de unos 40 centímetros, brotaron unas raíces aéreas, tras lo cual empezó a inclinarse hasta rozar el suelo. Entonces las raíces se desarrollaron plenamente y la rama se llenó de brotes sanos y fuertes. Sí... ¡la salvia quiere ser la heredera del jardín!


Mi preocupación, casi obsesiva, es conseguir un equilibrio entre belleza y salud del jardín.

El gran jardinero André Eve, lo consiguió en sus creaciones, que me parecen maravillosas. Siento no haber tenido la posibilidad de visitar físicamente sus jardines, solo los he visto en video y fotografías, leyendo sobre sus trabajos.

Él tenía a su favor sus conocimientos, la buena tierra, un clima favorable y un gran sentido artístico - sin el cual no hay posibilidad de crear tanta belleza como la que se puede observar en el video realizado en el pequeño jardín de su casa.

Video:  Jardin du Centre Val de Loire - Le Jardin d'André Eve.

Yo solo puedo hacer uso del sentido común, algo de esfuerzo y la experiencia de muchos años de trabajo para intentar conseguir el jardín soñado.

Esa experiencia es la que intento compartir con todos vosotros.



lunes, 21 de septiembre de 2015

Tormentas, heraldos del invierno.

No tienen que asustarnos las tormentas otoñales... siempre las tuvimos. Hay un viejo dicho: “Cuando Dios quiere hasta en agosto cae nieve”. Seguro que alguna vez sucedió.



 

El jardín resiste estas embestidas del mal tiempo. Las anémonas parecen no enterarse, las hortensias deseaban el agua y el viento no las perturba, y solo las rosas abiertas se resienten. Los helechos brillan con el verde de sus hojas lavadas. No podemos quejarnos.


Tengo el ánimo encogido por la tragedia de los refugiados - esa pobre gente que viene por esos caminos ¿Qué podemos hacer?

El Papa pide que todas las parroquias intenten recibir alguna familia. En las aldeas hay casas cerradas, hay tierras abandonadas... Pienso - sin  explotar a los dueños, por supuesto - ¿no sería posible entre todos pagar un alquiler para que alguna de esas familias pudiera tener un techo en el invierno? Estoy segura que  todos nos esforzaríamos al máximo en ayudar.











lunes, 7 de septiembre de 2015

Una receta de mi infancia.



Como chove miudiño,
Como miudiño chove.


Luego de tantos días tórridos agradecemos el inclinado sol de invierno que se adelanta con su luz tamizada anunciando el otoño.

La lluvia menuda que está cayendo es una bendición. Hasta ahora el jardín necesitó - una vez más - esclavizarnos para mantenerse “guapo”; muchos días estuvimos regando de siete a once de la mañana y de siete a once de la noche, y aun así las Heucheras - que tanto alabo por sus lindos matices y que parecían broches con piedras de colores brillantes - en pocas horas se volvían cartón piedra, aunque no estaban muertas, retirando lo seco aparecen brotes frescos y sanos.

Los rosales resistieron, casi diría más activos que otros veranos, gracias a las temperaturas más bajas. Supongo que el riego del entorno del jardín habrá ayudado a su bienestar.









El estanque fue motivo de preocupación: alguna piedrecita lanzada con demasiada fuerza - el juego predilecto de los niños - agujereó la lámina aislante del fondo. Tuvimos que colaborar todos y gracias a la habilidad de Celso, mi querido ayudante que con su extraordinaria intuición de jardinero autodidacta en dos días de trabajo consiguió - con nuestra pequeña colaboración - reponer peces, renacuajos, tritones y todos los nenúfares y otras plantas acuáticas sin grandes desperfectos y además salvando casi todo el borde que con el paso del tiempo se había cubierto de helechos, mentas y hermosas matas de hierbas.






El pasado domingo la lluvia escampó y celebramos el cumpleaños de Elena - seis años. Enamorada del jardín, de sus secretos y misteriosos rincones... Afirma - y con razón - que nadie conoce el jardín como ella. ¡Sus hermanas, no le pueden disputar ese saber!

Yo, su orgullosa abuela, le prometí que le prepararía para la merienda una vieja receta que en otros tiempos era habitual en las fiestas familiares. Perdonadme esta pequeña incursión en un campo que no es la jardinería, pero por si os parece de algún interés os dejaré aquí la receta:

Jamón cocido en vino blanco.

Se utiliza un jamón curado que hay que poner en remojo, cambiándole las aguas con frecuencia. Se dejará desalando más o menos tiempo, según su peso, nunca menos de 48 horas.

A continuación se lleva al fuego cubierto de vino blanco - utilizamos el que sea más abundante y barato en la zona - y se le añade una cebolla grande partida a la mitad, una cabeza de ajos ligeramente machacados (se les da un golpe, pero no se pelan), dos zanahorias, un puerro, hojas de laurel, una ramita de romero, bastante perejil y especias. Es importante no escatimar las especias: clavo, nuez moscada, granos de pimienta y unas dos o tres guindillas.

Estará en su punto de cocción cuando la piel se desprende.

Una vez cocido se seca con un paño limpio y se prensa, para ello se cubre con papel vegetal, se le coloca encima una bandeja grande y sobre ella se utilizan como pesos varios paquetes de lo que tengamos más a mano: azúcar, harina, etc…Como mínimo deberá dejarse 24 horas prensando.

Siempre acompañábamos este fiambre con compota de manzana bien apurada, o sea, hecha dejando que se pegue un poco al fondo de la tartera, añadiendo un pellizco de sal y unas gotas de vinagre. Esta compota se debe de cocer con poquísima agua para que resulte compacta, removiéndola de vez en cuando con la cuchara de palo de los dulces y raspando bien el fondo.

Me parece una mezcla perfecta aunque también una crema de castañas era un acompañamiento que se apreciaba.

Don Álvaro Cunqueiro habla, con su maestría y elegancia, de una receta muy parecida. En la Galicia rural, tan denostada injustamente, aún entre los menos adinerados se cultivaba el buen hacer en los fogones.

Como añoro las casas de puertas siempre abiertas donde en cualquier momento del día había una taza de café para ofrecer a quien pasara y saludara. Pobreza sí, disputas también; frío, lluvia y nieve, el humo con su olor acre y siempre: “¿Non entra? Entre e tome un café.” Era así en mi dorada infancia.