Es muy frecuente en esta zona que algunos naranjos, limoneros y otras plantas, sanas la víspera, amanezcan con el aspecto de haber sufrido fuertes quemaduras. En pocas horas se deshojan y la madera de las ramas jóvenes se vuelve negruzca y reseca.
Esto sólo ocurre cuando el tiempo es seco y las temperaturas nocturnas son muy bajas - bastantes grados bajo cero - y a esa helada noche le sigue un amanecer de sol radiante.
Desde muy pequeña quise conocer la razón de este fenómeno. A mis preguntas siempre me contestaba, más o menos, lo mismo: “Foi o Elisis, que é algo moi ruin e por onde pasa mata todo…”
Para mí era algo mágico, sólo pasado un tiempo entendí que se relacionaba con los primeros rayos del sol, al observar que el nefasto efecto se manifestaba como una línea negra que se dirigía en línea recta de naciente a poniente.
Hace algunos años me explicaron al fin que el desagradable problema lo causa una descongelación brusca de las células, cuando las alcanzan de lleno los primeros rayos del sol de la mañana.
En nuestra zona, con su agricultura de montaña y su duro clima, un limonero era un pequeño tesoro y todos los cítricos se plantaban normalmente mirando al norte evitando así que recibieran el sol de la mañana. Un gran elogio de un lugar era dedicarle la frase: “¡Qué buen sitio, que incluso se dan bien los limoneros mirando al sur”
Y aun así requerían muchos cuidados. No sólo debían ser abonados regularmente, sino que incluso se reservaba cierta cantidad de orina para aportarle cada semana durante el tiempo frío. Y para defenderlos de las heladas siempre lucían en invierno un carapucho - un tejadillo de paja de centeno, la que en gallego llamamos colmo.
Así que la recomendación de aquel campesino, o Sr. Luis do Empalme, era plantar siempre un “ciprés” – así llamaba a todas las coníferas – situándolo al sureste del árbol a proteger, de modo que impidiese la incidencia de los primeros rayos del sol de la mañana en invierno.
Pero en este caso no pudo ser así porque existía un pequeño muro de gruesa piedra casi rozando el naranjo por ese lado, de modo que el sabio campesino modificó su consejo adaptándolo a las circunstancias y me recomendó protegerlo rebajando su altura, dejando sólo un tronco de un metro, y protegerlo de todos modos plantando una conífera cerca, en este caso en su lado suroeste, muy cerca del tronco, de modo que al crecer sus ramas lo abrigarían de los primeros rayos del sol y al mismo tiempo lo protegerían de las heladas.
Entonces comprendí por qué aquel naranjo – que en mi niñez producía muy buena fruta – había dejado de hacerlo: años antes unos caseros de mi abuela habían cortado, porque, según ellos, les estropeada los navales (la zona de la huerta que actuaba como semillero y donde se germinaban las semillas de cebollas y coles para luego trasplantarlas), una inmensa carabeleira – un camelio – que con su copa protegía al naranjo. Al quedarse sin protección el naranjo dejó de fructificar.
Este año aún no llegaron los grandes fríos, casi siempre tenemos algunos días de temperaturas negativas, así que yo aconsejo esperar un poco antes de iniciar la poda de los rosales, ya que "febrerillo loco" puede traernos alguna nevada, lo que sería bueno para la tierra, pero podría quemar los primeros brotes después de una poda temprana.