domingo, 22 de noviembre de 2009

Otoño.

A pesar de nuestra tristeza y enorme preocupación, no podemos dejar de emocionarnos con la belleza del otoño.

A los amigos de este humilde blog les deseo paz y alegría.


Las primeras azaleas...

...las últimas hortensias...

...y una de las últimas rosas.

Colores del otoño.



miércoles, 18 de noviembre de 2009

Outeiro Cabano.


Lluvia, niebla, temperatura agradable… un día perfecto para subir al monte. Ya no es tan fácil como tiempo atrás, al no haber animales sueltos las trochas están cubiertas de tojo, y a los caminos, por falta de uso y de limpieza, les pasa lo mismo. Lo que sería un paseo de media hora, la subida al Outeiro Cabano, al tener que abrir camino, se alarga y cansa. Además el tojo chorreando no es fácil de sortear.

Outeiro Cabano - así se llama este conjunto de rocas. La piedra superior da la sensación de que se va a caer en cualquier momento, pues se apoya en una pequeña cuña, parece una piedra abaladoira pero no lo es, está firme, seguramente desde hace milenios. Su parte superior, dividida por grietas profundas, tiene varios petroglifos, cazoletas rodeadas de círculos. La pared norte es escarpada, quizá de unos cinco o seis metros de alto, desde ella se tiene una hermosa vista y en su lado sur hay un profundo agujero creado por la erosión que cuando era niña resultaba para mí un perfecto sillón desde dónde vigilar el ganado.

A sus pies empieza una pequeña zona plana que se conoce por el nombre de Carballeira da Plaza, nadie recordaba allí ningún carballo, pero hace algunos años hicimos una calicata y a metro y medio de profundidad encontramos una bellota perfectamente conservada.
Por el lado norte de la Carballeira da Plaza hay unas piedras muy curiosas, en una - que no tiene nombre - se puede apoyar la mano izquierda abierta y los dedos encajan perfectamente en unos pequeños hoyos. A pocos metros se encuentra la piedra conocida por Mestra das abellas, con la luz del atardecer se visualiza claramente en los relieves de la piedra una abeja reina de gran abdomen y unas pequeñas alas abiertas.

Continuando hacia el norte están los Outeiros, una formación grande de granito de formas caprichosas. El Outeiro Furado es una gran peña con un agujero orientado al suroeste que se ve desde muy lejos, está también la Laxe Negra, que anuncia la lluvia con su brillo acerado, y bajando un poco dos piedras con petroglifos, una de ellas muy curiosa, en la que se pueden ver por momentos - tiene que estar la luz muy baja - dos caballitos con las crines al viento, además de puñales, espirales y cazoletas.

En lo alto de los Outeiros está lo que yo de niña llamaba "a miña casa". No me gustaba quedar sola con las vacas en el monte, y tengo grabado el recuerdo de decir que me marcharía: “Pasarei aquel monte, e aquel outro… e non hei de volver.” Volví, me quedé, y ahora, pasados tantos años y al final del camino, tengo ese mismo sentimiento pues no quisiera asistir al desastre que le va a caer a esta aldea dentro de muy pocos meses: nuestra carretera, al ser una zona de montaña, tiene algunas curvas muy cerradas y dicen ahora que es una carretera de muchos siniestros, lo que no es del todo verdad, así que han decidido “mejorarla”. Pero no renovando el firme o haciéndola algo más ancha, sino construyendo una nueva carretera, con un trazado diseñado por algún brillante ingeniero, que va a arrasar robles centenarios, castaños de menos años pero aún así grandes y también hermosos abetos y acebos. Tenemos dos eucaliptos más que centenarios - de los primeros que se plantaron en esta zona - y va a desaparecer el más hermoso.

Para acceder a nuestra pequeña aldea harán una macro-rotonda desde la que saldrá un vial de 19 metros de ancho, que no mejorará nada pues termina en el camino actual que no tiene más que tres metros de ancho - suficiente para las necesidades de la aldea. Todos los vecinos coincidimos en que vivimos en un pequeño paraíso y que no necesitamos para nada este nuevo acceso.

Desaparecerán no sólo árboles, también fuentes, algún antiguo pozo y las viejas piedras que rodeaban los restos de las mámoas. Siento una especial pena por las colonias de pájaros nocturnos. ¿Volverán a cantar los búhos?

Que Dios nos perdone el poco respeto con que tratamos a nuestra tierra.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Luz y sombra.


Me gusta especialmente esta foto, el rosal Iceberg tiene en estos días otoñales su máxima belleza.

Alguien podría pensar que en Galicia estos días en que se honra a todos los santos y se recuerda a los muerto serán días tristes. No lo son, más bien son días de una magia especial. Aún hoy - a pesar del cambio de costumbre - la víspera del día de difuntos algunas casas iluminan las ventanas con velas o lamparitas de aceite. En mi infancia se dejaba la mesa puesta con los mejores manteles, un cesto con pan y jarras con vino; y en algunas casas se aderezaba una cama con las mejores sabanas y la colcha más rica. Me imagino, no lo sé seguro, que se pondrían flores, pues era creencia firme que las almas que estaban en gracia esa noche podían visitar a los suyos. Yo lo creía firmemente y mi abuela tanto o más que yo.

En el cementerio se velaba hasta la hora de la cena; recuerdo los cánticos y los pequeños altares de los panteones adornados con algunas flores, muchas velas y paños bordados, alguno de tul bordado a oro; el oro, con el reflejo de las velas, era algo mágico…

Se cenaba temprano, al luscofusco, al caer la tarde, pero la sobremesa era larguísima, se recordaba todos los aconteceres buenos - y algunos no tanto - “dos difuntiños da casa”, siempre la abuela usaba esta palabra, pronunciada con una especial ternura cuando se refería a sus muertos. Era reconfortante creer que nos podían proteger. Las lucecillas en las ventanas iluminando las sombras alejaban cualquier temor.

La belleza de la luz bailando con las sombras.