Hoy amaneció el día con el cielo claro, aunque ya algo enfurruscado, con jirones de niebla cayendo del monte - presagio de ventolera. El viento me desagrada, me entristece, le roba el verdor a aquellas plantas que se adelantan anunciando la primavera.
Afortunadamente tuvimos algunos días perfectos para trabajar, temperatura suave, sin viento, con la humedad ideal para los trasplantes y para hacer esquejes de rosales, budleias, forsitias, deutzias y hortensias. Trabajamos de sol a sol, clavando las estacas pegadas a los muros que bordean el jardín. En mi infancia tendría que decir los muros que rodean nuestro “eido”. ¡Palabras tan evocadoras!, y que ya desaparecieron de nuestro día a día.
Tras el esfuerzo tuve que descansar unos días, pero ahora retomo con ánimo alto, alegría y el entusiasmo habitual, la tarea de cambiar de sitio algunos rosales que no se desarrollaron con normalidad. Las razones no las tengo muy claras; quizás la poca profundidad de la tierra. Un conocido que presume de ser un buen jardinero opina que la proximidad de las anémonas no le gusta a los rosales. Como las anémonas son intocables, ¡les toca a tres rosales ceder su terreno!
Dice un refrán gallego: “O bo fillo á casa torna.” Hoy, después de muchos años sin verlas, volvieron a visitar el jardín las “bubelas”, las abubillas.
Abubilla (Upupa epops). Foto tomada de Wikimedia Commons.
Anidaban todos los años en una pequeña casa próxima que, al no estar habitada, les proporcionaba total tranquilidad. No era un ave muy querida, quizás porque, para alejar a los intrusos peligrosos, sus nidos producían un olor pestífero.
De niña nunca me acercaba a sus nidos, pero me encantaba observar su vuelo, que es errático, rápido y variable, como el vuelo de las mariposas. Sus rayas blancas y negras, sobre fondo canela y coral, me parecen de una perfecta belleza. ¡Quién podría imaginar hace unas décadas que la visita de un pájaro pudiera ser motivo de tanta emoción y alegría!!!