jueves, 23 de noviembre de 2017

Verdes otoñales.


Con la poca lluvia caída y algunos riegos en profundidad el jardín mantiene un bellísimo manto otoñal.


Flores, muy pocas. Aquí y allá alguna bella rosa, pequeñas matas de setembreras con sus tonos azul-violeta y, animando la gama de los verdes, el rojo estridente de la salvia.


En plena belleza están los árboles de hoja caduca, mis queridos compañeros de tantos años: robles, arces y cerezos.






Hay quien opine que es un jardín descuidado… Me vais a perdonar la pedantería, pero yo lo comparo con las hermosas fotografías de los ancianos campesinos marcados por los años y los muchos soles.

Los jardines son seres vivos que en su ansia de luz a veces sufren los excesos que puede producir el crecimiento desordenado y la caída precoz de las hojas. Estas son sus arrugas, causadas por su caminar bajo el sol, la luna y las estrellas

Yo confieso que es en esta época cuando más lo contemplo; y quizás cuando más lo disfruto.

Solo siento no tener habilidad fotográfica suficiente para poder captar toda la armonía que el otoño le proporciona.

Paz y Salud para todos.


domingo, 5 de noviembre de 2017

Plantar menos, cuidar más.


Este otoño, hasta el día 15, fue más caluroso que el mes de julio, ni siquiera por las noches caía rocío, y así la tierra se resecó y las plantas se agostaron.

Regamos más que durante el verano, y aun así nos parecía que el agua se evaporaba sin penetrar en profundidad en la tierra.


Algunos rosales no lo resistieron; quizás por haber abandonado los tratamientos con los fungicidas estaban menos resistentes. O simplemente porque su ciclo de vida ya se había cumplido.

Así que dedicamos algunos días a retirar, con alguna tristeza, aunque con espíritu de agradecimiento, todos los que no solo habían perdido todas sus hojas sino que incluso tenían las ramas renegridas y secas.

Luego llegó el fuego…



Ya han pasado unos días y los terribles incendios fueron apagados.

En esta ocasión nuestra aldea tuvo mucha suerte, el fuego se paró a menos de dos kilómetros.

Me he asustado tanto que estoy deseando eliminar los viejos y altos pinos que rodean el jardín por el lado norte; son las torres de vigía de los cuervos y los arrendajos, y también el palco de sus ruidosas peleas. Mi pena es grande, pero creo que la prudencia aconseja talarlos.



Yo le hablo al jardín repitiendo que tenemos que usar el sentido común… No es fácil.

¡Cómo me gustaría poseer sabiduría y gran elocuencia para conseguir convencer a los que tienen el poder de decidir! Junto con ese poder tienen la obligación ineludible de usarlo para conseguir una política sensata en la utilización de nuestros recursos forestales.

Queda muy bien de cara a la platea publicar “Estamos plantado tantos miles de árboles…”. Pero solo eso no es suficiente. ¿No sería más sensato plantar menos y cuidar más?

¿Acaso sería tan difícil establecer un programa razonable de limpieza de montes? ¿Y no podríamos aprovechar toda la biomasa que se generaría para calentar nuestras casas, que con nuestro clima tan húmedo nos hacen temer tanto al invierno?

Estas reflexiones son un pálido reflejo de la profunda pena, rabia e impotencia que me domina.