domingo, 13 de julio de 2014

Miedos.


Intento escudriñar en la lejanía de mi infancia mis primeros miedos.

Creo que sentiría algún temor al escuchar los cuentos de las Xanas, los Aparecidos o el terrorífico Home do Unto. Era este último un ser malvado que robaba niños y les quitaba el unto (la grasa) para sus fines perversos.

Pero a mi abuela no le gustaba la palabra miedo y me enseñaba a combatirlo.


Para defenderme del "mal aire" de las almas penadas que vagaban perdidas - supongo que todas las aldeas del mundo tendrían las suyas - tenía un talismán: oír con devoción las tres misas de Navidad, teniendo el cuidado de llevar en el bolsillo del abrigo un diente de ajo.

Así - si se me aparecían - solo tenía que decir en voz alta: “¿vos a quen lle queredes facer mal, a quen come allo e reallo e quen oe as tres misas de Natal?”. Aún oigo la voz de la abuela: “…e nunca temas mal algún”.

Y para defenderme del Home do Saco, otro ser malvado que robaba niños: “¡Trancas a porta!” O sea, que si me quedaba en casa sola, pasarle la tranca de hierro a la puerta y tranquilidad absoluta, pues así la casa era como un castillo inexpugnable.



Mi juventud fue pacífica, con ilusiones y sin grandes temores.

Luego, con el nacimiento de los hijos, vuelven los miedos.

En este momento con muchos años, buena salud, familia y amigos sin mayores preocupaciones, creía que esa temida palabra se había alejado.



Pues no.

Vuelve.

Leo en un periódico que el presidente Obama está muy preocupado por la desaparición de las abejas.

En la pasada primavera ya nos preocupamos por ellas; en mi jardín todos los días se afanaban a millares llenando sus cestas de polen en un pequeño seto de cotoneaster y piracanta. En 24 horas las diezmaron los “extraterrestres”, así es como designamos a unos hombres ó mujeres protegidos con trajes blancos, que parecen escafrandas, que se dedican a fumigar el monte cercano, quiero creer que no por gusto, alguien los manda. Fumigaron al atardecer un día de fuerte viento nordeste; en mi casa tuvimos todos molestias en la boca, los ojos y la piel. …y las abejas se llevaron la peor parte. Al día siguiente nos levantamos temprano y pudimos observar con pena y rabia como se movían lentas y como desorientadas; apenas se oía el bullicio habitual de su trabajo.

Al tercer día unas pocas aún se acercaron, y fueron las últimas.

Este año hemos visto algún abejorro, pocas libélulas y pocos pájaros. Apenas una que otra abeja.





Para este Miedo no tengo talismán. Solo la esperanza de que los sabios y los poderosos del mundo amen a sus hijos, a sus nietos… ¡y un poquito a las rosas!