domingo, 24 de diciembre de 2017

Chas-chas… ¡Por aí ben vas!

 
Natal... Na província neva.
Nos lares aconchegados,
Um sentimento conserva
Os sentimentos passados.


          (Fernando Pessoa, en 'Poesias')

Leí esta poesía cuando llevaba varios años lejos de la aldea donde había pasado mi infancia. Por aquel entonces no sabía quién era Fernando Pessoa, pero memoricé en seguida el primer verso y pensé que seguramente ese poeta añoraría tanto como yo la Navidad vivida al calor de la lareira.

La lareira, el corazón de las casas rurales en Galicia. En ella durante el invierno el fuego no se apagaba nunca.

En mi casa, debajo de la campana de piedra teníamos la cocina económica y el mesado en el que me encantaba encaramarme, y así abarcar todo el movimiento de la cocina. Era un espacio grande y sin obstáculos para mis correrías: solo las dos sillas bajas colocadas delante del fuego y las sillas de rejilla arrimadas a la pared. La mesa era un tablero unido a la pared por una bisagra en uno de sus extremos, que normalmente estaba plegada en posición vertical, y que solo se bajaba a la hora de la comida. Las alacenas ocupaban los huecos de debajo de la escalera que subía al sobrado, así llamaba la abuela al piso de arriba.

 Esta casita, junto a la nuestra, todavía conserva parte del encanto de antaño.

Para las comidas de la matanza, las que reunían a tantos parientes y amigos, teníamos al lado de la cocina un largo y estrecho comedor con una larga mesa. En el comedor estaba el amado chinero, donde la abuela guardaba las vajillas, la cristalería y los juegos de café, que yo podía contemplar - siempre embelesada - pero tenía absolutamente prohibido tocar.

Recuerdo que a escondidas, con gran sigilo, abría las puertas para poder contemplar a gusto - y quizá tener en las manos por algunos momentos - piezas que para mí representaban la más absoluta belleza.

La Navidad en aquellos años de plena guerra, y en los años siguientes, poco tiene que ver en el modo de vivirla con las celebraciones actuales. En la iglesia Don Balbino - el santo sacerdote de nuestra aldea - con su sabiduría, buen gusto y elegancia, montaba un Belén que en mi memoria es el más hermoso de cuantos pude contemplar en toda mi vida

En casa a Noite Boa no la celebrábamos con grandes cenas, eran tiempos muy duros. Sí recuerdo el gran bizcocho, y a Mamá Esperanza, mi abuela, que agradecía tener el azúcar suficiente para poder hacerlo. El azúcar era muy caro y escaso.

Cenábamos siempre sentadas en las bajas sillas delante del fuego. Esos días casi siempre coincidían con temperaturas muy bajas, en que los carámbanos de hielo colgaban de los aleros de los tejados... pero los grandes troncos de roble ardían en la lareira día y noche, y quizás gracias a ellos yo no tengo ningún recuerdo de haber sentido frío. El único problema desagradable del invierno eran los sabañones. ¡Y los tenía por mi culpa! Muchas zurras llevé por mi costumbre de chapotear en el agua del regueiro.

La cena sería frugal, pero después de ordenar la cocina venía la mágica hora de los cuentos...

Con mis cinco o seis años aún mi abuela me sentaba en su regazo y su voz me llevaba a tiempos muy lejanos, cuando los hombres y los animales todavía hablaban entre si.

Sentadas delante del fuego, alumbradas con la luz del candil, era fácil percibir las maravillas de tiempos pasados.

De todos aquellos relatos el que recuerdo con más emoción es el de la fuga de la Sagrada Familia a Egipto.

Intento recuperar las palabras de la abuela, en el gallego de mi aldea; que en aquellos tiempos era diferente del que se hablaba a 10 kilómetros de distancia. No había por aquel entonces ni academias de la lengua ni canales de televisión para homogeneizar el lenguaje.

La abuela empezaría así:

En aqueles tempos en que Nostro Señor veu ao mundo, quixo nacer nun sitio moi pobre que se chamaba Belén, perto de “Jesusalén”.

Seus país na Terra chamábanse María e José.

Sua nai - María - era moi noviña e moi linda. Seu pai, que era carpinteiro, xa tiña anos, pero era un home santo. Eles viaxaban a Belén cando María se puxo de parto e tiveron que se recoller nunha corte porque non toparon sitio nas pousadas.

Pero entón miña filliña, viuse no ceo un gran sinal, unha estreliña moi brillante que viña de Oriente e guiaba uns homes de moito poder e moitos saberes. Eran Reises, de terras de moi lonxe, que viñan procurando un recén nacido… ¡Que sabían que sería o Rei do Mundo! Querían adoralo.

A estrela parou onde estaba o neno deitadiño nun pesebre, súa nai Nostra Señora envolverao nuns panos, e na corte estaban as vaquiñas e as ovellas que lle darían calor.

Tamén uns pastores, que estaban no alto do monte a gardar os rebaños, viron esa estreliña - que tanto alumiaba - que se parara enriba da súa aldea. Baixaron logo para saber o que sería, e cando chegaron toparon os Reises, que eran tres, e chamábanse Melchor, Gaspar e Baltasar, e estaban a ofrecerlle ao Neno moitos tesouros: ouro, incienso e mirra.

Pero outro Rei moi malo, que se chamaba Herodes, e tamén viu a estrela. E como lle dixeran que anunciaba que nacera un neno que sería o Rei do Mundo, deu logo orden para que o mataran. ¡E para que non o puideran salvar de ningún xeito mandou matar todos os menos recén nacidos!

Entón un Angel apareceulle a José e díxolle: “José, colle a María e mailo neno e fuxe para terras do Exipto, onde quedarás hasta que eu te avise, pois Herodes - ese algoz - quere matar o neniño”.

José logo obedeceu, aparellou o burro no que viaxaban, montou nel a María co neno no colo e púxose a camiño.

Tiñan moito camiño por diante, e pra mais penas, déronse conta de que uns soldados os perseguían. Como estaban chegando a un cruce de camiños, escolleron o mais estreito e escuro, onde cantaban moitos paxariños. Sería polo anoitecer.

Cando os soldados chegaron ao cruce non sabían qué camiño coller, entón preguntáronlle a unhas chascas que estaban pousada nun muro: “Chasquiñas ¿vistes pasar uns camiñantes con un burro e un neno recén nacido por aquí ?” As chascas - que eran ruíns – cantaron:

Chas-chas… ¡Por aí ben vas!
Chas-chas… ¡Por aí ben vas! 


Pero alí pertiño estaban uns paxariños moi pequeniños, pero moi bos, que se chamaban pimpíns. E salvaron a Nostro Señor pois puxéronse a cantar ben alto:

Pim-pim… ¡Por aquí non vin!
Pim-pim… ¡Por aquí non vin!
Pim-pim… ¡Por aquí non vin!


Así que os soldados, como non sabían qué camiño era o bo, deron a volta.

Nostra Señora, agradecida, abendizoou os pimpíns, que serían sempre alegres saltadores, cantando de rama en rama, e amaldizoou as chascas, que vivirían entre os toxos e farían os niños rente á terra.

¡Gracias Mamá Esperanza por enseñarme a creer en los milagros!

Que la paz de la Navidad pueda morar en nuestros corazones.

Aquí os dejo un pequeño video de nuestro jardín, deseando unas felices Fiestas para todos.