sábado, 28 de enero de 2012

El despertar del jardín.

Hoy a primera hora recorrí con calma todo el jardín observando los pequeños fallos - los grandes ya ni los miro... ahí se quedan. Espero que las siguientes generaciones intenten solucionarlos.

Los fallos pequeños son los que más me molestan, y siempre me digo a mí misma: ¿Cómo es posible que no me diera cuenta?

¿Cómo pude plantar el rosal Mutabilis tan cerca del seto de piracanta? Esta última es una terrible predadora, sus raicillas estrangulan todas las plantas cercanas. Tengo que buscar una nueva “casa” para el rosal. Me gustaría acercarlo al cruceiro si consigo hacer un agujero con la suficiente profundidad.


Después, con ánimo alegre - hace un hermoso día - inicio los trabajos de limpieza y poda. Desde octubre apenas hemos recogido las hojas y ramas caídas, y en algunas zonas urge empezar la limpieza. Los lirios fugaces y los iris silvestres (iris pseudacorus) están plenamente activos, es conveniente retirarles las hojas viejas, pues ya son una masa medio descompuesta que resta belleza al conjunto.

Continuaré el trabajo retirando las ramas secas de las perennes como los Phlox. Es un buen ejercicio para empezar. Al estar tan secas se pueden eliminar con poco esfuerzo y yo temo los primeros días de trabajo, si me canso demasiado casi siempre aparecen los molestísimos calambres. Para aliviarlos aconsejo tener a mano un medicamento homeopático llamado cuprum metallicum. Me dicen que sólo tiene un efecto placebo… y yo respondo: “Bendito sea”.


Este rosal de Barni, Susanna Tamaro, alcanzó los 3 metros de altura y aún tiene una corona de rosas.

Por estas fechas lanzo siempre al viento la misma pregunta: ¿por qué no puedo conseguir mezclar rosales con bulbos y que estos últimos lleguen a florecer? Los topos y todos los roedores que usan sus galerías para moverse se encargan de eliminarlos. Me aconsejaron plantarlos dentro de cajas de red metálica e hice la prueba, pero con pobres resultados. Pequeños accidentes al escardar, las malas hierbas o algún descuido con las herramientas al incorporar el fertilizante son suficientes para lastimarlos y que la floración sea pobre.

En algún vivero me aconsejaron también plantarlos en tiestos y, en el momento de la floración, enterrarlos; pero para eso hay que tener mucha energía, mucho tiempo y mucha paciencia. No es una buena solución.

Sigo sin poder resolver ese asunto, pero en cambio sí he podido solucionar un problema con el trepador Meg - un hibrido de té (Gosset 1954) de ramas fuertes y rígidas - que en cinco años floreció una sola vez - y dos o tres rosas nada más - así que estaba casi resuelta a eliminarlo.

La respuesta la encontré en uno de mis libros de cabecera, “La Bonne Maison”, de la jardinera francesa Odile Masquelier. Su jardín está situado en Lyon y allí cultiva variadísimas plantas, pero tiene predilección por los rosales antiguos. El libro es de gran belleza y además da muy buenos consejos.


Según cuenta la autora Meg se niega a florecer si sus ramas se atan a un soporte… y debe ser cierto porque el nuestro estaba atado. Pero por otro lado, si no se sujetan sus ramas, el viento las rompe.

Odile Masquelier refiere que tuvo ese problema y lo solucionó trasplantando el rosal y dejándolo libre, apenas contenido por las tres barras de un trípode. Esta estructura se coloca sobre la planta y así sus ramas quedan libres pero al mismo tiempo un poco protegidas del viento (supongo que el trípode tendrá además algunos refuerzos transversales). Se trata de un arreglo sencillo, un trípode se puede hacer con facilidad utilizando cañas, palos o varillas de cualquier metal.

En una pausa para tomar el café de la mañana abrí el correo y tenía un comentario amabilísimo de una lectora argentina. Debe ser una mujer joven y animosa, lo deduzco de su frase “¡a trabajar!”. Ojalá tengamos la salud suficiente para poder hacerlo, pues el entusiasmo a los jardineros nunca nos falta.

Buenas noches. Hasta pronto.

Maruxa.