domingo, 29 de enero de 2017

Mouchos.


Eu ben vin estar o moucho,
enriba daquel penedo.
¡Non che teño medo moucho,
moucho non che teño medo!


(Cantar popular gallego)


En enero tenemos que ponernos ilusiones. El jardín nos espera con algunos trabajillos, y a veces con tareas algo más duras… ¡y que a mí me parecen maravillosas! Días de cansancio, siempre ilusionados con la perspectiva de las floraciones de la primavera.

Cuando estaba escribiendo estas líneas me llegó al móvil  un video remitido por una encantadora jardinera - Elena Rincón - que tiene por título “Un calendario lunar” (podéis verlo aquí).

El jardín de Elena Rincón.

Merece la pena abrirlo y escuchar: muestra como la luna llena de cada mes trae cantos de distintas aves y voces de animales que se reclaman.

Para mí el sonido más impactante fue el del mes de septiembre, por el hermoso concierto de los sapos parteros. Fue grande mi añoranza al reconocer el suave pio-pio de su canto. Las noches estivales en mi aldea tenían esa música de fondo: toda la ladera peñascosa de nuestro monte era la morada de miles de vocecitas que durante horas entonaban su suave canto, que más bien parecía la melodía de una gran y amable conversación de tono bajo, como si la naturaleza estuviera hablando con nosotros.


Lo que aún hoy me parece difícil de entender es que, por aquel entonces, todo el mundo en la aldea afirmaba que ese sonido era el canto del moucho, nombre en gallego del mochuelo; aunque en nuestra zona suele utilizarse también de forma genérica para referirse a cualquier rapaz nocturna: cárabos, búhos, lechuzas, etc.

Eran aves a las que las gentes no querían bien, pues aseguraban que actuaban como mensajeras de la muerte cuando cantaban cerca de una casa. Los pobres mouchos - tan hermosos - deben sufrir el síndrome de los malqueridos, pues aún hoy se les teme.

Y lo más extraño es que en realidad su canto no tiene el más mínimo parecido con el suave y tierno concierto de miles de vocecitas que al caer la tarde comenzaban a sonar en el monte frontero a nuestra casa, todo él roca viva, duro granito, casi negro con reflejos de plata y tonos violáceos.

Siendo niña soñaba tener una casa en ese monte. Aún hoy al Outeiro Furado - un peñasco atravesado por un gran agujero producto de la erosión - lo llamo “mi casa”.


Pousa es el nombre de nuestra aldea y Outeiros da Pousa el nombre de nuestro monte. Y así teníamos que aceptar que nos dijeran - muchas veces en tono despectivo - “Ti eres da terra do Moucho”. Y añadían, casi siempre con risita de escarnio, “Pousa Moucho, Pousa...” Un tonto juego de palabras motivado porque Pousa, en gallego, significa también “pósate”.

Os será fácil imaginar mi reacción cuando en las fiestas de verano algún mocito se permitía hacer la gracia: "¡O sea que tú eres de la Terra do Moucho!”. Mis padres me mandaron a un muy buen colegio, pero aun así… ¡alguna vez usé artillería de grueso calibre!!!

Está claro que no eran los mochuelos los que cantaban en los Outeiros, eran los sapos parteros. El gran incendio de hace unos veinte años apagó sus voces. ¿Acaso para siempre? ¡Cómo me gustaría oír de nuevo su canto en nuestro monte!

Espero que la predicción de la “Primavera Silenciosa” no se cumpla; ojalá los hombres, todos - ellos y ellas - abran los ojos y los oídos para poder percibir la armonía de la naturaleza y luchen por defenderla.


Pero ahora volvamos a los trabajos del jardín.

Hace pocos días tuve un visitante. Al llegar exclamó: “¡Tienes el jardín un poco abandonado!”. Yo, con mucho énfasis, le contesté: “Estamos en invierno… ¡y me gusta pisar las hojas!”.

Por ahora nos estamos limitando a trabajos que yo llamo “de entretenimiento”: intento entrelazar mimbres con el fin de construir un arco de apoyo para el antiguo rosal Rosa Mundi, de modo que pueda pasar el cortacésped por debajo sin dañar sus largas ramas caídas en forma de arco. De este modo, con un encanastado de mimbres, se sujeta y a la vez embellece su forma.


También hemos decidido sulfatar los cítricos, pues tenemos la creencia - no sé si basada en hechos reales – de que el sulfato de cobre les ayuda a remediar los malignos efectos de la helada. Las bajas temperaturas de estos días pasados, con el aire tan seco, hicieron mucho daño allí donde incidieron los primeros rayos del sol, por el efecto de la descongelación brusca. Hay muchos arbustos dañados, pero los naranjos y limoneros siempre son, en esta zona, los más castigados.

Quisiera despedirme con algunas fotos, cortesía a mi fotógrafa oficial, mi hija Esperanza, la artista de la familia a la que no damos descanso. Espero que pueda conseguir hoy alguna imagen que merezca su aprobación.

Os saludo.