sábado, 24 de noviembre de 2012

El duende del jardín.


Pastora y Elena creen en los duendes. Con sus 5 y 3 años estrenan la vida. Cuando llegan al jardín se cogen de la mano y ligeras se acercan al lugar secreto donde el duende dueño de este jardín - un ser bueno y amable - deja sus pequeños regalos: a veces un caramelo, otras veces un lápiz...

Con el brillo de sus ojos y su fe me transportan a mi infancia dorada, cuando oía a mi abuela hablar con el trasgo de la casa. Aún puedo oír cómo le decía: “Non me atentes que hoxe non teño paciencia”. A mi pregunta de con quién estaba hablando contestaba muy seria: “Coa xente miuda”. Yo estaba convencida que el duende de la casa vivía detrás de la puerta de la cocina, era un ser travieso, que a veces escondía cosas, pero yo sabía que era bueno y amable.
 

Las hadas vivían en el monte, en los grandes árboles. Mi iniciador en el mundo de los espíritus femeninos, las xanas, fue Samuel, vecino y pariente de la abuela - mi gran amigo. Gran conocedor de los secretos de los animales, me contaba las costumbres de las lontras (nutrias), que en mi memoria son de un color rosado y acudían a su silbido. Recuerdo con desagrado los aguaneiros (ratas de agua) que me producían alguna repulsión; aunque me fascinaba observar la rapidez con que se movían en el agua del regueiro. Sabía también donde vivían los conejos y - aunque era necesario estar en absoluto silencio y quietud un largo tiempo - muchas veces conseguíamos ver las correrías de los gazapos jugando con sus padres por el prado. Creo que en esos momentos éramos dueños de una felicidad absoluta.

Cuando me hablaba de las xanas lo hacía en un registro de voz especial: tono grave, serio y respetuoso. Y siempre un aviso: “No las mires, no las oigas. Si te llaman... ¡Corre! ¡Escapa para casa!” Lo que más me emocionaba era como las describía: señoras muy lindas, de largo pelo negro que peinaban con un peine de oro. Siempre sentadas en las grandes piedras, vestidas con largos trajes blancos y mantones oscuros. Os juro que me parecía verlas. Claro que las temía; pero era un maravilloso pavor.

Al duende del jardín las niñas ya lo conocen; cuando hicimos una escultura en su honor - usando pequeños tiestos de barro como materia prima - la mayor se dio cuenta de que me había olvidado de dibujarle los ojos y me pidió un lápiz, aunque me apostilló: “Mi profe dice que los duendes no existen”. La miré muy seria y le dije: “Bueno, es que tu profe no tuvo la suerte de conocerlos”.

Entonces le dibujó unos grandes y hermosos ojos, quizá con algo de estrabismo - cosa que suele ocurrirle a los duendes. ¡Qué pena que la lluvia los desdibujó muy pronto!


Hace algunos años, en un atardecer húmedo y caluroso, una querida amiga que pasaba unos días con nosotros - maestra de muchos saberes y aficionada a la fotografía con querencia por un determinado rincón del jardín - obtuvo una foto que, al revelar el carrete, dio motivo a largas disertaciones. Es una imagen muy curiosa, al mirarla algunas personas no ven más que una espiral luminosa y un árbol y algunas otras pueden ver... lo que a lo mejor también en este momento estáis viendo.

 

La sonrisa es algo bueno y saludable.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Acolchado de los rosales.




Este otoño fue fiel al refrán: “O vran de San Martiño dura tres días e un anaquiño”. Hoy tenemos una temperatura muy agradable - aún perdura el veranillo de San Martín – pero parece que ya se acerca la lluvia, así que es el momento justo de cubrir los parterres de los rosales con las hojas caídas de los robles, de los castaños y de los arces. A esta práctica los jardineros la llaman acolchado ("mulching" en inglés).

 Recuerda a una rosa, pero es un hongo Tremella.

Cuando las hojas secas se esparcen sobre la base de las plantas parece que las cubren demasiado, pero con unos cuantos días de lluvia se compactan (aquí decimos que se acaman) y para el mes de febrero - que es el momento de aportar el abono - ya las hojas se habrán transformado en materia orgánica descompuesta. Entonces sólo hay que mezclar el abono con este compost, haciendo un ligerísimo y superficial cavado.

Rosa de otoño, Brother Cadfael de David Austin.

Cuando las hojas de los rosales terminen su ciclo y se caigan pienso aplicar sulfato de cobre a los parterres, pero en esta ocasión además de rociar las plantas mojaré en profundidad el suelo, para desinfectarlo y evitar así la proliferación de los hongos. Quizás lo más efectivo sería la recogida de todas las hojas infectadas, pero en la práctica es casi imposible - sea por falta de tiempo o de salud - y recurrir a mano de obra contratada, al ser un trabajo que lleva bastante tiempo, está sólo al alcance de economías muy saneadas.

Autumn by Giuseppe Arcimboldo
 "Otoño", de Giuseppe Arcimboldo.

Arcimboldo es uno de los pintores que más me impacta; su cuadro titulado “El otoño” me agrada especialmente. Estos últimos días de tan buena temperatura y de tan hermosa luz lo estuve contemplando largamente en un libro de arte, comparándolo con las tonalidades que puedo disfrutar en el jardín. En este momento los colores más llamativos los tiene el cerezo japonés - y las zonas menos cuidadas son ahora las más hermosas.

Hicimos algunas fotos que deseo compartir con vosotros.

Para todos, feliz otoño.


















lunes, 12 de noviembre de 2012

Tres rosales con suerte.

Un día, hacia el final de la primavera, retirando las rosas ajadas por la lluvia, rocé con las manos una mata de ortigas que a pesar de los guantes me produjeron una buena picazón. Intenté retirarlas y no lo conseguí totalmente, pues a los pocos días volvieron a crecer. Luego las podé con las tijeras largas repetidamente durante todo el verano, pero la poda no las eliminó - creo que incluso les gustó - y ahí están, llenas de vigor.


 Ortigas en la base de un rosal.

Curiosamente este año la mancha negra (Diplocarpon rosae) apareció con fuerza en casi todos los rosales, excepto en un grupo de tres de ellos que mantengo plantados rodeando la mata de ortigas. Se trata de Souvenir de la Malmaison, Radio Times y Scarborough Fair.

Sospecho que mis malqueridas ortigas son muy beneficiosas para mis queridos rosales. ¡Qué pena que el contacto con sus hojas sea tan molesto! pues no sería difícil entremezclarlas y el problema de los hongos sería menor.

 Rosal con hojas muy sanas, sin rastro de mancha negra.

  Y su vecino menos afortunado, casi sin hojas y con mancha negra.

Esta sospecha del beneficio de las ortigas para los rosales la baso en esta observación curiosa, puntual y empírica; pero también en los buenos resultados que he obtenido usando el "caldo o purín de ortiga", que es un abono natural y ecológico rico en nitrógeno, con propiedades insecticidas y fungicidas y que aumenta las defensas naturales frente a parásitos y enfermedades.

Aquí tenéis la receta del purín de ortigas, que podéis intentar si encontráis ortigas y os atrevéis a la arriesgada tarea de recolectarlas. Vais a necesitar:

  • 1 litro de agua sin cloro.
  • 100 gramos de ortigas frescas con su mata bien desarrollada - mejor en época de floración - o 20 gramos de hojas secas.

 Preparación: trocear las ortigas y mezclarlas con el agua en un recipiente que no sea metálico, dejando que maceren y fermenten (para que se mantengan las ortigas sumergidas bajo el agua se puede añadir un objeto pesado sobre ellas). Dejar en contacto con el aire, pero es buena idea taparlas con un paño para que no se contamine con insectos. Revolver esta mezcla cada 2 días, dejando que macere durante 4 o 5 días (maceración corta) si se quiere usar como insecticida o fungicida, o durante 20 días si se quiere utilizar como fertilizante (maceración larga o fermentación). La maceración larga estará lista cuando finalice la fermentación, ya no se verán burbujas y se habrá formado una película sobre la mezcla. Advierto que el olor es desagradable.

A continuación filtrar o colar esta mezcla y guardar en un recipiente cerrado.

Maceración corta: usarla como insecticida o fungicida diluida en una proporción de 10%, es decir una parte de caldo por nueve de agua.

Maceración larga: usarla como fertilizante diluida al 20-25%, es decir, dos 2 o 2'5 partes de caldo por 8 o 7'5 partes de agua.

Un saludo para todos.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Noche de todos los Santos.


La Noche de todos los Santos en mi infancia era la noche de las lamparillas de aceite en las ventanas. Con  ellas pretendíamos iluminar el camino a las almas buenas que vendrían a visitar a los que habían amado. Mi abuela ponía la mesa con el mejor mantel, pan y vino, luego cenábamos las dos en nuestro rincón junto al fuego y me iba contando historias que aún hoy al recordarlas me traen una sensación de paz y calor.

 Esta rosa gálica ya estaba en nuestro jardín en tiempos de mi abuela.

Me hablaba mucho y con gran ternura de su abuela Xepa, mi tatarabuela. Viene a propósito de esta fecha el relato de su último día juntas: aunque su abuela tenía ya 98 años, llegó a verlas vestidas de novias a ella y a su hermana mayor, pues se casaron el mismo día. Decía que emocionada les había dado su bendición al verlas - en sus palabras - “cos nosos bos traxes de Muradana”. Imagino la escena: altas como eran, una muy guapa, la otra - mi abuela - menos bonita, pero muy rubia y muy lucida. Cuando volvieron de la ceremonia quisieron saludarla y su madre les dijo que estaba dormida y que la dejaran descansar. Al finalizar la comida de boda y cuando se retiraron los invitados, entonces les dijo que su madre ya estaba con Dios. Se había ido serenamente.

Como la iglesia de la parroquia distaba 5 kilómetros había tenido tiempo de amortajarla, preparar la casa y ordenar a las mujeres que no dejaran translucir ningún pesar, ya que tenía que haber “un tempo para cada cousa”.

Mi pregunta de chiquilla sería: ¿E despois? La abuela no dramatizaba nunca: “después rezamos y la llevamos al Camposanto”.

Los trajes de Muradana, que muchos años después pude ver en el Museo do Pobo Galego de Santiago de Compostela, me parecieron regios. Y una muestra más de su carácter: a pesar la pena que debió sentir por el suyo cuando se lo robaron, nunca le perdió el afecto a la persona que lo hizo. Se limitaba a decir: “Ela entrou na casa e tivo unha mala hora”.

Tenía muchos otros relatos, el que más me gustaba era la historia del tío José, un hermano de su bisabuela (esto ocurriría allá por finales del S. XVIII). José era pastor y muy piadoso. Estando en el monte guardando las ovejas, pues en aquel tiempo abundaban los lobos, oyó el toque de las campanas que anunciaban que salía el Viático para un enfermo. Como su madre estaba muy enferma se imaginó que seria para ella, así que encargó al Señor las ovejas, y bajó para acompañar a los suyos. Cuando terminó la ceremonia volvió al monte y encontró el rebaño reunido al lado de un outeiro (una peña) y rodeando a un mozo que tenía en la mano un bordón de oro. Mi abuela explicaba: “Era de ouro miña filliña, porque era San Antonio, que meu tío tíñalle moito apego”.

Yo creo que en esos momentos las dos seríamos felices y nos sentiríamos protegidas y acompañadas.

Para todos los míos, a los que tanto quise y quiero, una rosa del jardín de su casa.