lunes, 24 de octubre de 2016

Recuerdos del otoño en la aldea.




Una vez más el otoño llega con suavidad y nos trae el inmenso abanico de los cálidos ocres, amarillos y rojos. Y también los azules, con los brillos violáceos de las hortensias, muchísimo más bellas en la luz suave de estos días de octubre.

Me gusta este mes, me trae recuerdos gratos de mi infancia vivida en esta casa rodeada de la buena gente de esta aldea, un lugar pequeñísimo: ocho casas, dos niñas, tres mocitas. En total 23 personas… ¡un pequeño mundo lleno de sucesos maravillosos y emocionantes!

En estos días de octubre en aquellos tiempos ya lejanos, esta aldea bullía alegremente con los trabajos de la recogida del maíz.

¡Cuántos recuerdos!


Felices días de mi dorada infancia, con sus trabajos, sus penas y sus alegrías; cuando la aldea era como una familia numerosa, no siempre bien avenida, pero invariablemente dispuesta a echar una mano cuando las circunstancias eran adversas. Una frase se oía con frecuencia: “Están solos, hai que axudar”. En esos momentos la buena gente siempre respondía como lo que era: Xente de Ben.

La aldea era una escuela abierta a profundas experiencias.

Tendría yo cinco años cuando falleció una vecina, prima de mi abuela, la prima Mariquita. A pesar de mi corta edad estuve, con otros vecinos, acompañándola en esos últimos momentos y asistí – con completa naturalidad – al fallecimiento. Cuando hoy lo cuento normalmente alguien exclama: ¡Que crueldad, una niña tan pequeña y tener que presenciar eso! Pues creo que se equivoca: yo - que continúo imaginando proyectos como si fuera a vivir eternamente - llevo desde entonces a la “hermana muerte” como una imagen amiga que me acompaña; no encuentro otras palabras que puedan describir mejor este sentimiento.


En aquel entonces la muerte estaba mucho más integrada en la experiencia diaria, hacía parte del vivir y era una transición que nos parecía normal. Hoy sin embargo la muerte es algo muy lejano, casi resulta de mal gusto nombrarla.

Yo tuve el privilegio - así lo considero - de acompañar los últimos momentos de seres muy queridos, y guardo sus últimas sonrisas y sus postreras palabras como un gran tesoro que me legaron. Antes de partir, casi siempre hay un momento de gran paz; yo diría que de alegría también. ¡Cuantas veces pude entender cuando se despedían que tenían prisa pues alguien les estaba esperando!

En mi casa, como en casi todas, era norma tener todo dispuesto para el último viaje. Se dejaban órdenes precisas para seguir todos los rituales: a quien avisar, el menú para agasajar a la familia y amigos, e incluso - los más alegres - aquellas canciones que les gustaría que cantásemos. Y siempre la misma recomendación: “No lloréis, solo es una pequeña separación”.

Los velatorios, que se hacían en las casas, eran reuniones - quizá ritualizadas por largas tradiciones – pero con gestos de profunda emoción, con largos abrazos y con el afecto que solo en un ambiente recogido se puede expresar. Sin embargo no me gustan los tanatorios actuales; quizás si estuvieran situados en frondosos jardines con hermosos rosales no me parecerían tan tétricos.


Ésta en la que escribo era la hora del atardecer en que los carros cargados con la cosecha de maíz cantaban por los caminos. Con la humedad de la tarde - eso me decían - los ejes se alegraban. El que haya escuchado este cantar comprenderá mi emoción al recordarlo. Recuerdos, recuerdos…

También al atardecer las vacas volvían de los prados ya cubiertos de yerba fresca, pues los manantiales del monte llenaban las “puzas” para regarlos: puza da Raia, puza das Lagoas, porto do Carro... Esta última estaba situada ya muy cerca de las casas y era una hermosa obra, ejemplo del buen hacer de nuestros canteros. Fue parcialmente destruida por la ignorancia - que no por la maldad - de un alcalde de cuyo nombre no quiero acordarme.

El recoger las vacas era siempre una emocionante aventura. Llevarlas a beber, guiándolas con la melopea: “gugugugugugugugugu” y una varita en la mano para indicarles el lugar donde el agua limpia y corriente se remansaba en una pequeña charca. ¡Y qué orgullo cuando no se “atrapallaban” y volvían en fila a sus cuadras!

Si alguna se “trasmallaba” o se retrasaba la llamábamos por su nombre: “Cuca, toma, veeen, toma, tooma toooooma toooooma veeeeen toma…” y el eco de la Veiguiña Nova repetía: "…emmmm, …ommmma, …ommmma".


Los caminos que separaban las fincas de las casas tenían unos bordes con canales por donde corría el agua de riego en verano y que en el invierno desaguaban el agua de las lluvias en el regueiro. Esos bordes húmedos eran como olorosos jardines: fiunchos, té bravo, angélica y los mentrastes, con su acre perfume que tanto me gustaba y me continúa gustando.

Ahora ya no abundan, las desbrozadoras y los herbicidas se ensañan con ellos. No puedo entenderlo.


Cada día que pasa agradezco el haber podido cultivar mi pequeño jardín, hoy un poco descuidado, aunque no por ello brillan menos sus hermosos colores. Acabo de buscar la fuente de un agradabilísimo perfume y la brisa me llevó al viejo Eleagnus, casi cuesta a creer que sus minúsculas florecillas en forma de campanitas puedan exhalar ese aroma avainillado, que parece acariciar la piel.

¡La luz del otoño es la más hermosa del año, más aún que la de la primavera!


 
 

“Si no sois como niños no entraréis en el reino de los cielos.” ¡Cuánta sabiduría en esa frase de Mateo!

17 comentarios:

  1. Maravilloso relato Maruxa. Un abrazo fuerte.

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  2. !Estou totalmente dacordo contigo no tema da norte... as nenas de antes vivíamos a norte de perto, algo natural.!

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  3. Hola Maruxa, es un placer disfrutar de tus relatos y tus preciosas fotos. Muchas gracias. Besos.

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  4. Gracias, Maruxa, por compartir con nosotros tus bellos recuerdos... dicen que al recordar se vuelve a vivir y yo estoy de acuerdo.
    Un bico y feliz y dulce otoño.

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  5. Me encanta como lo has contado acompado de tan bonitas fotos y lugares. Un saludo desde Plantukis.

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    1. Gracias con retraso grande y no por lo con menos afecto.
      Buen año 2017.
      Un gran abrazo

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    1. Con mucho retraso y mucho agradecimiento; gracias por tu amabilidad.
      Buen año 2017.
      Un abrazo

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  7. Maruxa, que encanto en ese jardín tan bello lleno de colores que nos recuerdan que estamos en otoño. He leído que el 14 de noviembre se verá la luna más grande de los últimos 70 años. Así que estaremos todos pendiente para poder apreciarla lo mejor que se pueda. Besossss

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    1. Aunque con retraso me gustaría que pudiera llegarte mi agradecimiento por tu amabilidad.
      Si he visto la luna, siempre me emociona la luna llena , la que más me gusta la de enero.
      Que el año entrante te traiga alegrías y hermosas floraciones!!!
      Un gran abrazo

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  8. Bonito relato Maruxa.Muy bien adormado de flores y recuerdos.Preciosas fotos!!!
    Me llevo tu enlace
    Besos desde Béjar.

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    1. Pido perdón por el retraso en agradecer tus bonitas palabras.
      Buen año 2017.
      Un abrazo

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  9. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  10. Qué maravillosamente escribes. Te lo digo siempre, Maruxa! Y escribes así de bien porque escribes con el alma... Emocionas, transmites, hacer evocar... No sabes como te agradezco tus relatos, sencillos, sensibles, tiernos, rezumando humanidad...como tú!! :)

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    1. Gracias con retraso pero no por ello con menos afecto.
      Buen año 2017 para ti tu familia y tu jardín.
      Un abrazo

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  11. Un precioso relato que hasta hoy no había tenido el placer de leer. Me gusta mucho la idea que expresas de la muerte. Yo también creo que deberíamos mirarla de otro modo, como parte de la vida, que en realidad es.
    Las fotos que acompañan al relato, maravillosas también. Enhorabuena por un trabajo elaborado con tanta sensibilidad y belleza. Un saludo cordial

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  12. Hoy quiero dejar aquí expresado mi agradecimiento por vuestras cariñosas frases, si os llegan iran cargadas de mis votos por vuestra felicidad.
    Gracias

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