viernes, 10 de junio de 2016

O Can de Palleiro.


Me piden que escriba la historia de la escultura robada. Lo intento y no sé cómo empezar. Se me atropellan las palabras y se enredan los recuerdos de una época rica en vivencias, de proyectos y de sueños.

Todo comenzó en una comida en la casa de nuestro primo Manuel Cordo Boullosa, en el año 1972, a finales de julio. Esos eran los días que le gustaba pasar en su aldea.

Residía en ese momento en Lisboa, con largas estancias en París y frecuentes viajes a lo largo del mundo. Su condición de gran empresario hacía de su vida - como algunas veces le oí decir - "un revirallo", cuando estaba en familia recurría con frecuencia a expresiones gallegas que usaba con gracia y acierto para enfatizar un sentimiento.

Manuel Cordo Boullosa.

Don Manolo - como todos en la aldea de Caritel le llamaban - fue un ilustre hijo de gallegos residentes en Lisboa, capital a donde se emigraba desde siempre en esta zona. Existen documentos de nuestra familia fechados en esa ciudad ya en el año 1648.

Manuel fue el más pequeño de cuatro hermanos que perdieron a su madre cuando él tenía sólo 18 meses. Su padre decidió entonces que sus cuñadas, mi abuela Esperanza y su hermana Amalia, se encargaran de la crianza de sus hijos.

Las dos niñas mayores se fueron internas al colegio de La Inmaculada en Marín, una niña de cuatro años quedó al cuidado de mi abuela que, por haber enviudado muy joven y tener tres hijas de corta edad, vivía en esta casa con sus padres, y el pequeño Manuel alternó estancias en Lisboa, con su tía Amalia y su padre, con otras largas temporadas en la aldea.

Nuestra vivienda familiar en aquel tiempo era una casa de labranza de mucho trabajo, como me contaba la abuela con tono de añoranza: "...teníamos un buen rebaño de ovejas, cabras para leche, 6 vacas, 2 bueyes de trabajo, machos (mulos) para llevar el maíz al molino y un caballo entero."

Don Manolo recordaba con emoción a los ayudantes en las faenas: Ramona, a la que mucho debían querer, y que vivía en casa como uno más de la familia. Perfecta y su hermana Concepción, jornaleras; a la primera aún la conocí y la quise muchísimo, muy mayor y ya muy enferma era todavía una extraordinaria contadora de cuentos. Los Barones - así los llamaban, aunque ignoro la razón - eran dos hermanos gemelos; los llegué a conocer ya con muchos años, afables y parlanchines, algo borrachines, medio canteros y hábiles arregladores de muros de piedra seca que las gentes de estas aldeas tanto cuidaban. Un buen muro representaba tu status. Esos viejos muros tan bellos, cubiertos de musgo y de pequeñas plantas, como el ombligo de Venus, que usábamos en nuestros juegos y a la que llamábamos “los arroces” por la forma de sus semillas. Con sus hojas carnosas hacíamos unos rudimentarios instrumentos musicales... Si algún día llegáis a intentarlo os daréis cuenta de lo habilidosas que éramos... no es fácil.

Y entre estos recuerdos no podían faltar los perros: Atrevido, Piloto y León. Nombres de viejos amigos.

Fue en este ambiente en el que el pequeño Manuel pasó parte de su infancia. Sin duda debió marcarle ya que a lo largo de su vida - tan distinta - con su trayectoria moviéndose por las esferas de la alta sociedad, casi todos los años hacia una escapada de algunos días para visitarnos. Siempre era recibido con mucho cariño en casa de sus primos ya que no tenía vivienda propia, pues la casa que su abuelo le dejó a su madre - y que ella no llegó a estrenar - la donó, transformándola en una escuela para los niños del pueblo.

Pasados muchos años construyó una casa funcional y agradable en la que le gustaba recibir a sus amigos más íntimos. En ella, gracias a una extraordinaria ama de llaves, las  invitaciones eran siempre una fiesta… ¡¡¡Gracias Fina!!!

[Enlace a la biografía de Manuel Cordo Boullosa editada por Caixa Galicia.]

Pero volvamos a aquella comida concreta en el año 1972. Don Manolo amenizaba con su elegancia y saber estar una mesa de doce personas. Entre ellas recuerdo con especial cariño al profesor Antunes Varela, un portugués de gran clase y un extraordinario conversador. Y también a Eduardo Coelho y su mujer, él era entonces administrador de la Shell en Portugal y ella, una señora francesa que me parecía un ser angelical, he olvidado su nombre pero no su elegancia, gracia y ternura.

En medio de la conversación, que giraba en aquel momento sobre la infancia del anfitrión, alguien le preguntó:

- “¿Qué recuerdas con más fuerza de ese tiempo?”

Y su contestación fue rápida:

- “O Can de Palleiro.”

A continuación tuvo que explicar la razón: cuando su tía Esperanza (mi abuela) los mandaba a “tapar el agua” a las fincas, algunas bastante alejadas de casa, él - que era muy medricas - sólo conseguía vencer su miedo gracias al perro que le acompañaba siempre.

“Tapar las aguas” era una especie de ritual. Una o dos veces a la semana los prados de cada familia tenían derecho a ser regados desviando el cauce de pequeños canales. El curso del agua se guiaba levantando y destruyendo con un azadón pequeños diques temporales de piedras y  terrones, de ahí la expresión “tapar”. Era un trabajo ligero, que podían realizar los niños, pero de gran importancia pues de él dependía la producción de pasto para el ganado y el horario asignado a cada casa  se respetaba estrictamente.

Había también “días libres” en los que no había horario asignado y cada casa podía desviar el agua a su antojo. Pero eso era  trabajo de mayores, pues en esos días se hacía la “retapa”, una auténtica guerra de acecho hasta altas horas de la noche... el último que tapase sería el que conseguiría que el agua fluyese más horas hacia sus fincas.

La conversación continuó entonces hacia los recuerdos de un atardecer de invierno. En el pueblo se celebraba un “serán” (una reunión festiva de vecinos para bailar y cantar) y el pequeño Manuel había tenido que ir con su prima María (él tendría entonces siete años y ella seis) a tapar el agua a As Corvas, finca cercana a la casa. Cuando iban hacia la finca, y como les pareciera oír pasos que les seguían, él se asustó, cogió la mano de su prima, y los dos se escaparon seguidos por su perro a donde estaba cantando y bailando la gente joven.

Siguió contando emocionado que a la mañana siguiente su tía le preguntó:

- “Tapaches l'agua Manueliño?”

- “Tapéi, tapéi, tía Esperanza.”

- “Tapaches, tapaches… Malo raio te parta! Homes coma ti son bos pra guerra!”


Resultó que los pasos que habían oído eran los de su tía - mi abuela - que los seguía como hacía siempre para que “non se asombraran”, como  diría ella. Así era aún en mi infancia: los niños tenían obligaciones que cumplir desde muy pequeños, y no valía decir "teño medo", ¡el miedo se dejaba en casa detrás de la puerta! Los mayores de nuestra casa, conscientes de lo importante que era que los niños aprendiesen a cumplir con  sus obligaciones desde temprana edad, los obligaban a realizar sus tareas por si mismos. Y siempre los seguían para protegerlos, a una distancia prudencial para que los pequeños no se diesen cuenta y aprendiesen a vencer su temor.

 Mamá Esperanza, mi abuela.

Me parece que aún puedo oírlo cuando a continuación dijo:

- "Eses pobres cans famélicos, pulgosos, que se lle contaban as costillas…"

- “Ah! Tal cousa dixo!” salté yo como un resorte: “¿Perros maltratados en nuestra casa? ¡Eso nunca!”

La discusión a partir de ahí fue dura pero hilarante. Aunque yo le tenía un gran respeto y un enorme afecto, entre risas y veras tuvo que retractarse. Y como castigo se le impuso la obligación de levantar un monumento a ese perro guardián, fiel amigo de todas las casas, y avisador en la noche de pasos extraños. Quizás en algunas casas algo maltratados… ¡Pero no en la nuestra!

Alguien nombró entonces a un herrero de Pontevedra, hábil forjador y buen escultor, José Luis Penado. Él fue el encargado de hacer la escultura hermosa y entrañable que hasta hace unos días nos recibía siempre a la entrada de la aldea.

Ahora resta el pedestal vacío.

8 comentarios:

  1. Que bonita historia Maruxa. Es una pena que se llevaron la escultara, ya hay que tener mala leche. Me encantaría que lo recuperarais. Un beso enorme.

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  2. Que hermosa historia, Maruxa!. Los recuerdos de infancia se gravan en el alma y nos acompañan siempre. Yo tambien soñé un mundo más amable para mis hijos y los nietos que vendrán. Por fortuna, hay gente maravillosa que hacen de este mundo un lugar mejor.
    Mis mejores deseos para tí, querida mía.

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  3. Una historia preciosa Maruxa. Espero y deseo, que aparezca pronto. Un abrazo fuerte.

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  4. Sin noticias por el momento.
    Gracias por vuestro interés.
    Un afectuoso saludo.

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  5. Oi Maxuxa, é uma bela história. Penso que você deva ter lindas e interessantes histórias para contar e fico feliz em lê-las pois tão bem as escreve que me transporto á cena. \\\\\\me parece que você convive com pessoas muito interessantes. Nos conte mais. Beijos
    Joana

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  6. gracias por este recuerdo tan bonito

    João Boullosa

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  7. Joāo, me alegra que te haya gustado este recuerdo familiar.
    Tenemos muchas historias muy bonitas vividas y conservadas en la tradición oral a lo largo de varios siglos y casi desconocidas por las nuevas generaciones.
    Un abrazo

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